En esta
oportunidad, publico algunos testimonios personales, de Eduardo Ángel Vitier,
quien nos ha sorprendido por su lenguaje sencillo, su manera de escribir y su
talento para ello. No caben dudas que tiene la musa de la familia. Él lo ha
estado publicando parcialmente para sus seguidores de fB, pero me ha dado su
autorización para publicarlo en nuestro blog. Ahí les va un resumen, serán
ustedes mismos los que lo valoren. Le agradezco su tiempo y lo felicito a él, por
su tremendo talento. Que lo disfruten, yo, ya lo hice.
Asi comenzamos:
September
30, 2014 at 8:10pm
Mis
primeros recuerdos siempre involucran al mar. A derecha o izquierda, De La
Habana a Matanzas. Yendo o viniendo. De
casa de mi padre a la de mis abuelos, o viceversa, pero siempre el mar. Luego están
la casa de Marianao, con su amplio portal y el tremendo columpio, el piso de
lozas rojas y blancas y la abuela Pura. Los autos parqueados en la calle, bajo los
grandes árboles y la tranquilidad para siempre grabados en mi memoria como una
interrogante sin respuesta.
Mi padre, casi
siempre ausente, presentándose en cada visita en un auto diferente y cargándome
en sus piernas para que disfrutara darle vueltas al timón mientras aceleraba. Alto,
siempre con alguna historia por contar. Lo recuerdo por estas cosas y no por su
cariño. Quizás lo quise, pero no lo sé e igual su cariño nunca me importó. Luego,
con los años desapareció de mi vida y esta desaparición no dejo rastro alguno
en mi comportamiento. Hoy, 56 años después, sabiendo mucho más sobre algunos
por qué, puedo decir que mi padre fue un error olvidable, que pasó sin dejar
rastro y que desde siempre agradeceré no
haber tenido cerca.
Para
nosotros, Eduardo Juan Carreño Pedre, es la representación onírica de todo lo
que un hijo de puta es.
Mi otro
recuerdo es el de mis viajes a la vieja casa de los Vitier en la Víbora. Siempre
íbamos con mi abuelo, Pipo. Ir a casa de Tion (Medardo Vitier) siempre era para
nosotros motivo de una excitación tremenda. Aun cuando podíamos haber ido en
auto, la mayoría de las veces lo hacíamos en el tren de Los Unidos, que salía
de la estación de trenes de Matanzas. A lo largo del viaje mi abuelo iba tejiéndonos
historias, ensenándonos nombres, señalándonos detalles. Era un aliento
constante para nuestra curiosidad infantil. Luego, sentarnos a la larga mesa, con
primos y otros familiares a disfrutar como aquellos hermanos de cabellera
blanca competían con nosotros en eso de ser niños.
Esos dos
eventos definen el comienzo de lo que al menos yo quiero recordar de aquellos años.
Asi que el mar y la familia siempre fueron, desde mi niñez, factores tremendos.
Luego se confunden la simetría cronológica pero igual no olvidaré a la maestra
Carmela en la escuela Zamora Quero a la que ingrese teniendo aun cuatro años y
a la que entre sabiendo leer. José Adolfo Macau, en la calle Ayuntamiento, con
su conserje llamado Eligio que dormía en el segundo piso y orinaba en un tibor
que todas las mañanas vaciaba ante la vista atónita de muchos de nosotros. O
Lincoln, el excelente profesor al que más de una vez le gastamos una broma y
que siempre nos regalaba paciencia y amor. Por ese entonces todavía se
respetaba a los adultos y aun cuando ya Girón y las compotas iban camino de
hacerse historias, se respetaba a los adultos.
Cuba
cerraba espacios y poco a poco la miseria, el miedo, la escasez se imponía como
sello nacional. Las locuras eran diseñadas en una tribuna, a cualquier ritmo. Exuberantes,
exageradas. Aplanadoras verbales con un solo premio: más escasez y
prohibiciones. Más guerra contra fantasmas. Los años comenzaban a tener nombres
y apellidos. A veces eran más cortos, a veces más largos. Todo para complacer
el apetito fantasioso de un Quijote en olivos. Al final, solo había menos de
todo y más de nada.
La opinión,
ese catalítico equilibrante había desaparecido. Reinaba la bota del
guerrillero. A solas y contra todo
Pero éramos
solo niños y por aquel entonces la política era solo una palabra.
En mis
viajes sorpresa a casa de Tion siempre nos levantábamos temprano para tomar el
primer tren a La Habana. Recuerdo una vez a punto de cruzar la calle Contreras,
ver pasar unos camiones enormes con unos tubos tremendos cubiertos con una lona
verde, y custodiados por soldados. Años después supe que había visto pasar,
parte de los cohetes que desataron la crisis de Octubre.
Esa crisis
que puso al mundo al borde de una guerra atómica con poca esperanza para la
humanidad fue como otra más para nosotros. La crisis era nuestro estado natural
y siempre dejaban espacio para culpar a un tercero de nuestras penurias. Quien
sabe cuál de esas crisis fue la que nos dejó haciendo malabares infantiles
frente a una vidriera con juguetes de los cuales nos tocaban solo tres una vez
al año, nunca más en Navidad, sino ahora en una fecha revolucionaria.
En casa
todos hicieron posible que durante años, nada del desasosiego social tocara
nuestras vidas. Vivíamos como congelados en una burbuja, viendo el mundo solo
en el camino a la escuela. Los escasos juguetes eran multiplicados con alegrías
y risas. Ansiosos esperábamos su entrega para juguetear con nuestro propio
Santa Claus (años después supe era mi abuelo disfrazado pero igual, para mí, es
una imagen que siempre le dará a mi infancia un aire de normalidad precioso). Lo
esperábamos alrededor del árbol de Navidad y nos encantaba verlo disfrutar el
café frio que mi abuela Mima, Zoila Noemí Byrne de Miranda, le ofrecía. Tenía
que ser frio pues viviendo él en el “polo” no lo resistía caliente. Lo curioso
y que agranda este momento es que mi abuelo no
aceptaba de nadie un café siquiera tibio. Tenía que ser caliente, a
punto de hervir casi. Y sin embargo, para darle veracidad al personaje era la única
vez que lo tomaba, con gusto, casi helado.
Nuestros
juegos infantiles siempre se detenían cuando mi primo Toto, (Roberto Asso)
llegaba a casa con algunos de sus amigos. Mayor que nosotros como en seis años
siempre el meternos en sus conversaciones nos daba un sentimiento de
importancia. También por aquel entonces él tenía una novia, Aida, que vivía en
Daoiz y eso lo hacía aun mas respetable a nuestros ojos.
Por ese
entonces ya en Cuba reinaba la escasez y la gente al vestirse comenzaban a
parecer uniformados pues todos usábamos
lo que se podía comprar en la tienda, por lo que era muy fácil ver en un mismo
grupo a algunos con la misma camisa, pantalón o zapatos. Se acababa la
variedad, por eso la impresión de los amigos de Toto, siempre causaban mayor
efecto en nosotros. Se empeñaban por estar en lo último. Quizás un jeans, un
reloj, o simplemente la música que oían. Ya nosotros habíamos sido bastante
influenciados por los Festivales de Varadero y como en bromas imitábamos sus canciones
con un combito llamado Los Hélices que más que a Los Mustang y a Los Ángeles trataba de
imitar a otro, creo que a Los Modernos, donde Toto junto a Borges
tocaban.
Estaban
Tony el “ña”, Orlando Hernández, el choco, Raúl Campos, Eduardo, Pachón. Con
todos ellos mantuve luego relación de amigos y hoy por hoy cuando regreso a
Cuba y los veo y hablamos como hermanos. Pero de todos ellos, quizás con el que
menos roce tuve, pero del que conservo la mayor impresión es Miguel de la
Portilla. Diré por qué. Vivía en Milanés, en los altos de una tremenda amiga de
mi abuela llamada Georgina. Eran días donde ir de visita a casa de esta señora
siempre nos resultaba como entrar a un lugar sagrado. Frío, silencioso, elegante,
con muy buen gusto. La casa de Miguel quedaba en los altos y sus balcones daban a la calle de Milanés. Cuando
aquello aún se competía en la Vuelta a Cuba y todos los muchachos del barrio teníamos
un ídolo. Para mí era el Búfalo Arencibia. Seguía la competencia en los periódicos
y cuando esta vuelta pasó por Matanzas, Toto nos llevó a casa de Miguel a verla
pasar .Y desde allí, en lo alto, vi el desastre ocurrir. Llegando los ciclistas
a la meta que estaba en el parque de La Libertad, parados en biela en un último
sprint, el Búfalo en el grupo líder, alguno de los ciclistas cayeron en ese
desnivel del asfalto, por donde corría el agua en las calles matanceras, arrastrando
en su caída a todos los que estaban en
el grupo, incluido mi ídolo. Esa visión de sangre, gritos, desasosiego, termino
con mis sueños de ciclista y doy gracias, pues dio paso a algo que con el
tiempo, me proporcionó más satisfacciones que dos simples ruedas.
Con la
escuela todo cambio para nosotros. Dejábamos de ser los únicos cuatro para
descubrir que el mundo exterior estaba lleno de niños, con otros juegos, otras
ideas. Dejábamos de ser un clan para bautizarnos como entes sociales. Las enseñanzas
exigieron conocimientos y con estos poco a poco, admiraciones y grupos se
fueron estableciendo, pero si algo en realidad me fascinó, fue la belleza de
mis compañeritas. Por ese entonces conocí a Mercedes Izquierdo, Merceditas para
mí. Vivía en los altos de La Vigía y escaparme de casa y sentarme en el parquecito
frente a su balcón, esperando al menos decirle hola, lo era todo para mí. Creo
ahí escribí mis primeras poesías. No sé para ella pero ese estado no material
en que pensar en ella me daba, de seguro resultó el nacimiento de mis primeras
chapucerías literarias. Luego vinieron otras admiraciones, siempre guardadas en
secreto, pues desde niño fui bastante solitario.
En la
esquina de Santa Teresa y Manzano había una barbería y allí Andrés, el barbero
se encargaba de darnos a todos la misma
apariencia. Al rape y solo un mechoncito en la frente. Sé que siendo cuatro
para mi madre era lo más rentable económicamente, pero en realidad era un pelado que no disfrutaba en lo
absoluto. Pero nos encantaba ir a la barbería pues Andrés siempre tenía para
cada uno un caramelo, un cuento, una atención. Y al menos a mí me fascinaba
como al ir perdiendo pelo bajo la acción de la maquina mis orejas se iban
haciendo más visibles. Hasta que dejo de importarme, las orejas fueron razón
para que amigos de la infancia siempre
me hicieran bromas.
Los amigos
incipientes resultaron vecinos también. Y entonces solo esperábamos salir de clases para
alternando casas reunirnos y seguir jugando. Machy vivía al doblar de nosotros,
en Daoiz, y en su casa, tan grande cómo la mía tejimos nuestras primeras
aventuras juntos. Machito, su padre, que tenía un taller de zapatera en la
parte trasera nos dejaba jugar por allí con
martillos y clavos. Hilda, su madre siempre nos sorprendía con un
refresco o con la simple mirada de una madre que ve a su hijo crecer feliz. Recuerdo
que a las siete nos sentábamos frente al televisor a ver los episodios que como
aventuras todavía ofrecían. Perry Mason era de mis preferidos. Para Machy y mis
hermanos era la Carabela Roja o algo asi. Demasiado siniestro el nombre para
ser recordado. Pero si bien esta amistad era una buena razón para vernos, era
poder ver a Lourdes pasar y embelesarnos con su olor. Algunos años mayores que
nosotros era para Machy la hermana querida, para nosotros, la novia intocable. Y
ella con su gracia solo lograba aumentar la inocencia de esos amores tiernos.
Frente a
Machy vivía el Isleño, que es otro de esos amigos que siempre lo serán. Rolando
Montero es su nombre. Criado por Gabriela a quien siempre admiraré pues esta señora
con sus escasos recursos crio a un muchacho ella solita. Le dio amor pero por sobre todo, la educación que solos
los adultos responsables son capaces de dar. En la otra cuadra Gilberto Portela,
ahora para mi desaparecido por esta tragedia que sufrimos los cubanos. Subiendo
por Jovellanos estaban Raidel Rangel y Carlos Díaz, tres hermanos con una
chispa creativa tremenda. Y bajando por Manzano, Guillermito Montoro.
Luego esta
colección selecta se iría ampliando pero son estos amigos, con los que se
recorrieron las calles por primera vez, esos con los que se compartieron los sueños,
los que, estén donde estén, siempre recordaremos como nuestros.
El
Concentrado de sexto grado fue un experimento que hizo posible que niños de
toda la ciudad se uniesen por primera vez. Divididos en cuatro secciones, A, B
y C y estas a su vez en 4 categorías dependiendo del promedio académico de cada
alumno. Fue aquí donde por primera vez y a nivel consciente desaté toda la
parafernalia fantasiosa del niño eterno. Y como castigo entonces me enviaban al
grupo 4 de la categoría A, donde caía, hasta que para desmayo del director
regresaba al A1, luego del resultado de las pruebas.
A Machy le
había tocado, el B1 y allí había conocido a Gudelia. Esta tenía una amiga, Laura
Cisneros, de la cual, y como siempre en silencio, me enamore. Machy y Gudelia
se hicieron novios, y él viendo que todos sus amigos menos yo, ya tenían su
primera novia, me empujaba para que yo me decidiese a hablar con Laura. Mis
miedos se hacían gigantes y cada vez que la veía me paralizaba hasta que un día
me arrancaron mi palabra de honor que esa tarde, cuando la viera le confesaría
mi amor por ella. Y asi me llegó la hora de almuerzo y todos bajamos a esperar
nuestro turno en el gran patio de aquella escuela en la calle Rio. Quizás no
fue así, pero así lo recuerdo… Repentinamente, todos se hicieron a un lado
dibujando un pasillo como de honor y por el me vi avanzando yo, no se si
consciente o no de lo que estaba a punto de hacer, hacia Laura. Rígido y como
obedeciendo unos comandos que no reconocía como propios, la intercepté, y dándole
un manotazo en el hombro, casi le grite…”estoy enamorado de ti dime…sí o no”. Nunca
logró responderme, porque fue tanta la
fuerza de este golpe que ella aturdida, y tomada por sorpresa, sin esperar
tanta agresividad, nerviosa, solo atinó a derrumbarse y comenzar a llorar. Por
mucho tiempo, este hecho casi heroico para mí, marcó una frontera que mantuve
hasta los 25 años con respecto a las mujeres, y decidí que era menos doloroso y
bochornoso enamorarme en silencio.
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Eduardo A. Vitier, nuestro protagonista de hoy |
Animate y se autor de tu propia historia.
Me gusto mucho tu forma de narrar. He leido mucho a Padura, y usas quizas sin saberlo, recursos literarios de este autor cubano. Ojala que continues aportando con tus historias. Espero que otros tambien lo hagan, sera un testimonio muy real. Gracias Angel.
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